Hombre solo en el mar

Pero nunca me llevó a verlo. Decía que le haría daño, que sería doloroso. Hasta hoy —la mujer se quedó callada y con ella enmudeció el lugar. Pasados unos instantes volvió a hablar—.

Descripción del producto

Pero yo quería venir, conocerlo, verlo. Así que me puse mi mejor vestido no sé por qué me lo puse, sólo lo hice , y vine. Ni siquiera tengo dinero para una pensión. No me di cuenta de ello hasta esta tarde. Así que pensaba pasar la noche aquí. Participaba del mar, era parte del mar, pero no era el mar. Eso no era el mar del que yo oí hablar a mi padre. Con una línea recta como horizonte y varios tonos de azul, o sólo dos: Podría hacer un mar abstracto.

Pero no sería el mar, sería mi visión del mar. Has encontrado tu mar. He venido aquí por él.


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Tenía una honestidad de marinero, esa nobleza. Y el mar, siempre el mar. No pensaba en otra cosa. El mar era parte de nuestra familia. El mar era su vida. He heredado esa melancolía portuaria, tan suya. Hasta mi nombre se lo debo al mar. La mujer Sirena calló, pero al cabo de unos segundos susurró, como una brisa: Le relajaba la papiroflexia. Con el tiempo la casa se llenó de barquitos. Barquitos por todas partes. Le dije que sabía hacer barcos de papel. El hombre se sentó en el suelo, en la orilla. De su bolsa bandolera sacó un cuaderno de esbozos.

La dobló en varios pliegues con movimientos lentos pero precisos. Y el barco se movió. Y, con gran lentitud, alcanzó la otra orilla. Sirena cogió el barco y los sostuvo entre sus manos.

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Como si sólo existiera el barco. E hizo muchos barcos, de diferentes tamaños. Barcos de papel en un mar fortuito, estelas a su paso. Barcos de papel inmóviles.


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He sido feliz al recordarlos, porque eran felices. Era como si los volviera a vivir. Pero ahora me siento un poco triste. Triste porque los recuerdos eran felices y no estoy allí. Es triste recordar que una vez se fue feliz. No veía bien sus ojos, pero sabía que me miraba. Recuerdo la manera en que lo hacía. Sin dejar de mirarle, metió el pie descalzo en el agua. Primero la punta de los dedos, luego el empeine, el talón, el tobillo.

Al pie le siguió la pierna y luego la otra pierna. Se deslizaba despacio, dejando que el agua le cubriera poco a poco, hasta el cuello. Caminó hacia él, a través de los barcos, por el agua. Llegó hasta su andén, su orilla, donde él se arrodillaba. Le miró a los ojos.

Él miró los suyos. Lejos de afearla, ese defecto le otorgaba una belleza extraña, perturbadora. Sonreía con una sonrisa leve. Me metí en el agua. Quise esos ojos, esa mirada. La quise a ella. Se acercó a ella. Sentía la ropa pegada al cuerpo, la camisa. Se paró delante de ella, un momento, quieto. Se hundieron en el agua. Se giró para mirarle, incitante, a través del agua. La atrajo hacia él.

En el andén, empapados, abrazados. Ella apoya su cabeza en el pecho de él, que pega la espalda a la pared. Sus respiraciones se acompañan, acompasadas, trémulas de frío. Le despiertan unas voces. Ojos que le miran, desde arriba.

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Él mira alrededor, confuso. Él se pone en pie, torpe. Camina por el andén. Se acerca a las vías. El vagón traqueteaba meciendo su carga de reses humanas. La mañana de un día laborable. Multitudes en el metro, de camino a sus quehaceres. En ese vagón viajo yo, de vuelta a mis rutinas, tras unos días que no quise ir, viajar en metro. Estaba atrapado entre cuerpos verticales, sin poder moverme a penas.

El aire viciado, reconcentrado de humores, me hacía sudar. Me dirigía a mis estudios de Bellas Artes. Las puertas se abrieron. Salió mucha gente, entre empujones. Entró mucha gente, entre empujones. El tren siguió su marcha. Yo sabía que ese día sería abierta de nievo.

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Conocía esa estación, Había pasado una noche en ella. Quería volver a verla, pero no tenía intención de bajarme, mi parada era otra. Era sucio y gris. Entre las vías, por los recovecos, vi dos ratas. No sé qué otra cosa esperaba encontrar. El tren se acercaba a la estación, se vislumbraba a lo lejos un círculo de luz. Cuando ya había entrando hasta la mitad de la estación frenó bruscamente. Varios pasajeros perdieron el equilibrio y cayeron, unos sobre otros.

El tren estaba parado.